miércoles, 1 de julio de 2009

Toxicidad de los Anestésicos Locales


Conferencia del Dr. Miguel Angel Paladino dictada el 26 de junio de 2009.

viernes, 26 de junio de 2009

John Snow: El Vaporizador de Cloroformo


John Snow, gran epidemiólogo inglés, dedico su vida científica al estudio del cólera y es considerado como el primer hombre dedicado exclusivamente a la anestesiología en la historia. En este año publica su libro "Sobre la inhalación del vapor de éter", en Londres y escribió otro, llamado "Sobre cloroformo y otros anestésicos". Anestesió a 77 pacientes obstétricas, pero fue el día 7 de abril de 1853 cuando J. Snow administra cloroformo a la Reina Victoria para dar a luz su octavo hijo, el príncipe Leopoldo, eliminando así el estigma relacionado con el alivio del dolor durante el parto. La cirugía avanzó considerablemente gracias a la anestesia, pudiéndose realizar grandes operaciones. Tras la euforia viene la preocupación, pues, a medida que se empleaban en más y más lugares, la cifra de accidentes mortales demostraban que aquel precioso regalo no estaba exento de riesgos y peligros. A pesar del mayor uso de cloroformo en detrimento del éter, J. Snow refirió el primer caso de muerte por cloroformo, en 1847.

jueves, 26 de febrero de 2009

Historia de los anestésicos


Es vieja como el tiempo la lucha que sostienen los sufrientes y sus médicos para mitigar el dolor, cosa que se refleja desde la misma obra La Odisea, donde Homero escribió acerca de un medicamento que “tomado con el vino producía el absoluto olvido de las penas”. Hilvanando sobre este texto clásico, Dioscórides (un médico griego) y Plinio el Viejo especularon que esa droga debía ser la borraja (Borago officinalis), una planta medicinal con larga trayectoria en estos usos. Y tan antigua es la historia del dolor y su control que fue el mismo Dioscórides, el que, al describir los efectos de algunas hierbas, aportó la palabra “anestesia” al vocabulario cotidiano.

La edad de la madurez de la anestesia podría fijarse en 1799, y de la mano de Sir Humphry Davy, inventor y químico británico. Pero para ser veraces, no se puede dejar de lado al iconoclasta Paracelso que, ya en el siglo XVI, dejó constancia de que el resultado de mezclar éter sulfúrico con alcohol producía un profundo sueño en animales. Pero no concluyó con la deducción obvia de su observación, y la anestesia moderna siguió esperando otro campeón.

Volviendo a Sir Davy, fue el primero en inhalar óxido nitroso (gas hilarante) y describir –posiblemente en medio de la excitación y carcajadas– sus propiedades anestésicas sobre los dolores que le provocaba una molesta muela del juicio. Pero otra vez la medicina se dio el lujo de ignorar la observación por varias décadas. Y hubo que aguardar más de cuarenta años, cuando en las reuniones de alta sociedad se puso de moda hacer circular óxido nitroso o éter con fines “recreativos”.

Claramente, la idea de la necesidad de una anestesia efectiva estaba en el aire intelectual de la época. Y los entonces fogosos Estados Unidos ofrecían un relativo mejor campo de cultivo para este tipo de innovaciones, ya que en Europa la influencia ideológica y religiosa sobre el origen del dolor, la necesidad de su “existencia” y los conceptos de brujería todavía estaban demasiado arraigados.

Lo cierto es que el lugar del nacimiento de la anestesia general fue la ciudad estadounidense de Hartford, en el estado de Connecticut, de la mano de un joven dentista. En diciembre de 1844, Horace Wells asistió a la exhibición de una feria de variedades donde, entre otras atracciones, se ofrecía a los voluntarios dosis de óxido nitroso. Mientras el público (y el voluntario) reían a mandíbula batiente merced a las tonterías causadas por el gas hilarante, Wells se dio cuenta de que el intoxicado se golpeó y se cortó la pierna pero no exhibió ninguna muestra de dolor.

Intrigado, Wells se convirtió en su propio conejillo de Indias y le pidió a un colega que le extrajera un diente bajo el efecto de dicho gas. La operación fue indolora y, tras otras experiencias, Wells decidió predicar su descubrimiento en los más respetables círculos médicos. Así fue como arregló una demostración pública a realizarse en el quirófano del Massachusetts General Hospital. Pero un error de cálculo hizo que el paciente se despertara en medio de la extracción, emitiendo alaridos. Lo que frustró la demostración y convirtió a Wells, temporariamente, en un hazmerreír de la medicina y fue acusado de farsante. Avergonzado, y tras abandonar prácticamente su profesión durante años, Wells volvió a experimentar con otros gases anestésicos como el éter. Y si bien les ahorró dolores a sus pacientes, terminó haciéndose adicto al cloroformo, camino que lo llevó al suicidio.

La posta la tomó su discípulo William Morton, de Boston, que había ayudado a Wells a organizar la fallida demostración de 1845. Morton eligió el éter para sus ensayos y en 1846 hizo su propia exhibición, con rotundo éxito. Lo logró, en parte, debido a que había diseñado un adminículo para administrar el gas en forma controlada. Irónicamente, su intento de anestesia se hizo en el mismo anfiteatro donde Wells había sido humillado. Pero esta vez el cirujano extirpó un pequeño tumor de un paciente que no exhaló ni el atisbo de un quejido. La anestesia moderna había nacido. Y la fortuna de Morton también, que patentó su invento y dedicó el resto de su vida no sólo a usarlo sino también a defender sus derechos de propiedad.

Pero lo cierto es que la ciencia estaba madura para este adelanto y no tardó en aparecer un tal Crawford Williamson Long, médico, que aseguraba usar regularmente el éter como anestésico desde 1842. Pero no había hecho trascender su recurso hasta 1849.

Obviamente, la constatación de que era posible una práctica médica menos dolorosa corrió como reguero de pólvora por todo el mundo, aunque no sin resistencias de cierto establishment conservador. De hecho, durante algunos breves años, en ciudades como Zurich su uso estuvo prohibido. Sin embargo, la proliferación de estas sustancias era ya imparable.

Y en 1847 comienza a usarse el cloroformo, que se vuelve absolutamente popular en 1853, luego de que el médico real John Snow se lo administrara a la reina Victoria, para aliviarla durante el parto del príncipe Leopoldo.

El honor del primer anestésico local le corresponde a un alcaloide contenido en las hojas de la Erythroxylon coca. En 1859 se aisló el principio activo de las hojas de coca y su descubridor, Albert Nieman, la bautizó “cocaína”. Nieman dejó sentado que tenía ciertas propiedades anestésicas, porque comprobó que una gotita sobre la lengua eliminaba el sentido del gusto y del tacto.

Pero fueron los recién graduados doctores Sigmund Freud y Carl Koller los que experimentaron sus efectos. Además de anotar que parecía efectiva contra los trastornos gástricos y que servía como afrodisíaco, imaginaron que podría ser una buena opción para tratar la adicción a la morfina.

Pero entonces Freud tuvo que viajar y dejó a Koller el encargo de continuar los experimentos. No faltó mucho para que éste –que estaba haciendo una residencia en oftalmología– pensara en usarla para anestesiar los ojos. Y en 1884 realizó la primera operación de glaucoma utilizando cocaína como anestésico local. Koller comunicó al mundo su hallazgo. Y Freud no pasó a la historia, al menos por este tema.

Del ojo saltó a los dientes gracias a William Halsted, que fue el primero en realizar un “bloqueo anestésico” de nervios dentales. (Y colateralmente vale recordar que Halsted se hizo adicto a la cocaína y a la morfina.) Sin embargo, la cocaína, como anestésico, tenía varios efectos secundarios indeseables y su uso se abandonó paulatinamente a partir de 1904, cuando Alfred Einhorn descubrió el primer anestésico sintético, la procaína. A esta le sucedieron la tetracaína y la lidocaína.

Actualmente los científicos han descubierto que los anestésicos comúnmente utilizados producen sus efectos sedantes actuando sobre el centro que regula el sueño en el cerebro. Estos descubrimientos, en el futuro podrían mejorar agentes para inducir un estado de sueño menos artificial.

Investigadores de la Universidad de Cornell en Nueva York, han demostrado que los anestésicos trabajan sobre receptores específicos en la superficie de las células nerviosas. También otros estudios han indicado la importancia de la zona del hipotálamo sobre el control del estado del sueño. El Dr. Clifford Saper del Beth Israel Deaconess Medical Center en Boston, ha demostrado que una región del mismo llamada núcleo ventrolateral preóptico (VLPO) actúa como un interruptor, sus células se activan durante el sueño liberando un neurotransmisor llamado GABA, que apaga la región del hipotálamo que promueve el estado de alerta. Aparentemente las sustancias anestésicas se adhieren al neurotransmisor GABA y la región VLPO de alguna manera es estimulada, aunque todavía no se sabe exactamente cómo.

La ciencia augura que en el futuro, estudios como éste y el avance en el desarrollo de nuevos fármacos permitirán apuntar sólo a receptores específicos de la anestesia. Esta actuará puntualmente y no provocará nauseas o inhibirá la respiración, no habrá necesidad de mezclar gases y vapores ya que la anestesia será administrada por vía intravenosa con un control preciso sobre la concentración y su efecto. Cada cirugía será efectuada como un procedimiento mínimamente invasivo y la depresión respiratoria ya no ocurrirá como efecto secundario.

Gracias al desarrollo de la nanotecnología, la sustancias que promueven la insensibilidad al dolor serán suministradas usando mecanismos computarizados más sofisticados y controlados. En conclusión, la trayectoria de la anestesia demuestra la tenaz historia de la lucha de la humanidad contra el dolor.

El gran momento (Vida de William Thomas Morton)



En 1819, nació en Charlton, Massachusetts, uno de los hombres que se asocia a la historia de la anestesia: William Morton. La historia de la anestesia en el siglo XIX tuvo un comienzo prometedor con el uso de inhalaciones anestésicas con fines quirúrgicos. Humphry Davy llamó la atención en 1800 sobre las propiedades narcóticas del óxido nitroso, conocido también como gas de la risa. Químicos anglosajones solían embriagarse fácilmente en su laboratorio probando todas estas sustancias, especialmente los vapores del éter sulfúrico. El médico inglés H. Hill Hickman propuso en 1828 a la Academia de Medicina de París la aplicación de este efecto en cirugía, pero la ciencia oficial, representada en esos momentos por Velpeau, rechazó tal invento por creer que la supresión del dolor era una quimera. Quizás fue Crawford Williamson Long (1842-1843), de Danielsville, el primero en realizar una operación cruenta con el uso de estos vapores. Poco después, Horace Wells (1815-1848), dentista de Connecticut, usó el óxido nitroso en las extracciones dentarias (1844). Sin embargo, el mérito de instaurar la anestesia en cirugía se debe al dentista de Boston William Thomas Morton. Estudió con Horace Wells en Hartford, Connecticut. Pero dejó la odontología para estudiar medicina en Harvard y hacerse alumno privado de Charles T. Jackson. Éste, incluso, le invitó a vivir en su casa. Morton investigó la manera de realizar extracciones dentales sin dolor. Probó el éter, que le fue sugerido por Jackson, quien lo probó en animales. Persuadió al cirujano John Collins Warren la posibilidad de ensayarlo en intervenciones quirúrgicas, tras haber realizado una demostración odontológica el 30 de septiembre de 1846 en la persona de Eben Frost. Al día siguiente apareció la noticia en el diario local. Warren aceptó y tuvo lugar en el Hospital General de Massachusetts el 16 de octubre de 1846. Extirpó un tumor cervical a un tal Mr. Gilbert Abbott. Al terminar Warren exclamó "Señores, esto no es un truco". El gas utilizado fue el éter, que Morton llamó Letheon. Quiso patentarlo, pero al descubrir que se trataba de éter, perdió la oportunidad. Pocos días después utilizaron la anestesia George Hayward (1791-1863) y Henry Jacob Bigelow (1816-1890). Ese mismo año (1846) también se introdujo en Europa. Morton quiso que el gobierno le recompensara porque se había ofrecido una suma a quien descubriera un método para operar sin dolor. Pronto hubo otros candidatos como Horace Wells, Crawford Long y el propio Jackson. Morton murió de un accidente vascular cerebral en Nueva York el 15 de julio de 1868, a la temprana edad de 49 años, sin verse recompensado.